La guerra, amenaza latente de la sociedad moderna, ha ocasionado una exorbitante crisis migratoria, cuyos países receptores se encuentran, principalmente, en Europa Occidental y América del Norte. Los principales impactos de la migración masiva no sólo se quedan en el plano económico, sino que también son plenamente observables dentro de la sociedad y en sus cuestiones políticas e ideológicas. Es así como el tema de la migración siempre ha ocasionado acalorados debates y una gran cantidad de opiniones que posan sobre el racismo y la xenofobia.
Es necesario entender a la xenofobia como la discriminación, segregación, rechazo, discursos de odio e, incluso, atentados hacia la integridad de los migrantes y/o extranjeros que se encuentran en un país sin importar el motivo de la estancia. Por otro lado, debemos entender el racismo como exclusión, discriminación, rechazo y, al igual que la xenofobia, una serie de discursos de odio sustentados en el color de piel. Es importante mencionar que el racismo está estrechamente ligado al clasismo.
¿Qué tiene que ver esto con Ucrania? Desde febrero del 2022 dicho país ha estado envuelto en una serie de hechos desafortunados luego de que Rusia comenzara una invasión que ha sido escenario de escasez, peligro, toques de queda, miedo y una absoluta necesidad de moverse a un lugar seguro. Estos movimientos migratorios ucranianos, en un principio, se dieron dentro del mismo país. No obstante, ante la avanzada de las tropas rusas, este flujo cambió su rumbo dentro del continente europeo, principalmente a países como Polonia, Alemania, Rusia, Hungría y Eslovaquia.
La llegada masiva de ucranianos, más de 600 mil aproximadamente, a los países colindantes ha tenido gran aceptación. Por ejemplo: Polonia ha dado alojamiento a los ucranianos en viviendas particulares, Eslovaquia ha puesto a disposición el uso de transporte gratuito y la posibilidad de trabajar en el país y la Unión Europea ha pensado en dar a los refugiados ucranianos el estatuto de protección temporal, permitiéndoles vivir y trabajar hasta 3 años en algunos de los 27 Estados miembros.
Sin embargo, más allá de estas “buenas acciones” ha habido polémicos comentarios de diversos políticos europeos, entre ellos el primer ministro búlgaro Kiril Petkov quien mencionó: “estos no son los refugiados a los que estamos acostumbrados, estas personas son europeas (…) son inteligentes, educadas, no es la oleada de refugiados a la que estábamos acostumbrados, a personas de las que no estábamos seguros de su identidad, personas con pasados oscuros, que podrían haber sido terroristas.”
Otro comentario de esta naturaleza fue realizado por un corresponsal de la CBS News quien mencionó que “el conflicto en Kiev no era como en Irak o Afganistán, que han estado en conflicto durante décadas. Esta es una ciudad relativamente europea y relativamente civilizada”.
Esto representa una fuerte contradicción en relación con las posturas que durante mucho tiempo líderes y políticos de estos países hicieron respecto a la migración. Orban, por ejemplo, mencionó que “para preservar la homogeneidad cultural y étnica”, Hungría no debería aceptar a refugiados de otras culturas o religiones” durante el masivo desplazamiento de personas provenientes de Siria e Irak. Asimismo, no pasan desapercibidas las crueldades a las que se enfrentaban los migrantes que intentaban cruzar el mar mediterráneo y murieron en fronteras europeas.
Esta cálida bienvenida y aceptación que han tenido los refugiados ucranianos en su llegada a países extranjeros en comparación con el trato que han recibido los migrantes asiáticos y africanos deja entrever que, al parecer, para los países europeos el problema no es la migración del todo, sino la clase de migrantes que cruzan las fronteras de sus países.
En primer lugar, se sigue utilizando un discurso etnocentrista donde el término “civilización” está construido sobre una realidad europea y, por lo tanto, se rechaza, discrimina y se señala como “incivilizado” a todo aquel que no cumpla con los parámetros del desarrollo europeo y/o cuente con una forma de organización social distinta al modelo occidental.
En segundo lugar, existe una fuerte relación entre el credo, la etnia y el color de piel con el estatus social y la educación recibida. En este caso, la blanquitud cristiana de Europa es asociada con la pertenencia a una clase social media-alta y una buena educación que, entonces, permite contar con un alto grado de estudios, conocimientos y habilidades que son compatibles con el desarrollo económico porque estos permiten el ingreso a las actividades económicas. Por ende, lo no blanco y de credo distinto está representado como lo pobre, atrasado e ignorante.
Por último, los prejuicios que se tienen sobre el extranjero no europeo fomentan el rechazo social, discursos de odio y atentados contra la integridad de los mismos. Por ejemplo, el pensar que los árabes y musulmanes son potenciales terroristas, los latinos potenciales narcotraficantes, los africanos sucios y portadores de enfermedades, entre otras más alimentadas por los medios de comunicación locales y hegemónicos.
Un claro ejemplo de esto son los reiterados comentarios racistas y xenófobos que reciben migrantes en lugares públicos. De igual forma, no podemos dejar de señalar la discriminación que viven en las escuelas, trabajos o lo difícil que les resulta obtener una vivienda o tan si quiera un permiso para residir en el país sin antes ser “investigados a fondo” o enfrentarse a procesos sumanente largos.
Durante este conflicto en Ucrania, Europa ha manejado un doble discurso en torno a la migración, por lo que hemos sido testigos de que algunas cosas no han cambiado y de que seguimos en pie de lucha contra el racismo y la xenofobia. Sí, la guerra es una amenaza latente y fuente de sufrimiento ya que también es capaz de reavivar las diversas opresiones que aquejan a la humanidad.
Notas: