Repensando el trabajo doméstico



Andrea González Olguín

andrea.gonzalez@erreizando.com

Melisa Mijangos Aguilera 

melisa.mijangos@erreizando.com


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El capital tenía que convencernos de que es natural, inevitable e incluso una actividad que te hace sentir plena […]. Esta ha sido el arma más poderosa en el fortalecimiento de la extendida asunción de que el trabajo doméstico no es un trabajo.

Silvia Federicci (2013)

Durante muchos años, las mujeres fuimos —y en muchos casos continuamos siendo— relegadas a la esfera privada, donde realizamos labores domésticas y de cuidados; con esto nos referimos a las tareas de organización y mantenimiento del hogar, así como del cuidado de la familia. Dichas tareas se realizan independientemente de tener o no un trabajo remunerado, pues se nos siguen asignando estas actividades socialmente construidas como parte inherente a nuestra “naturaleza”. 

Lo anterior ha sido posible debido a la división sexual del trabajo que genera una distribución desigual de tareas entre hombres y mujeres y a la asignación de roles y mandatos de género. Estos permiten la acumulación del capital y la reproducción de la fuerza de trabajo y de la mano de obra a costa del bienestar físico y emocional de las mujeres e incluso, en muchas ocasiones, de su realización profesional y personal.

De acuerdo con Silvia Federicci, “la acumulación capitalista se alimenta de la inmensa cantidad de trabajo no remunerado, y por encima de todo, sobre la devaluación sistemática del trabajo reproductivo”. [1] Por esto mismo, a pesar de que “las tareas domésticas y de cuidados son imprescindibles para el funcionamiento del sistema económico y para el bienestar social”, el trabajo doméstico ha sido desvalorizado e invisibilizado. Por tanto, el trabajo doméstico es aquel por el que no se percibe ninguna remuneración económica, ya que no se considera tan importante como el trabajo “productivo” asalariado. No obstante, sin el trabajo doméstico ningún otro trabajo sería posible, ya que éste es la base para el proceso de reproducción social. 

Se observa entonces que los salarios que reciben los hogares se combinan con el trabajo doméstico y de cuidados para producir los bienes y servicios necesarios para la subsistencia y bienestar de los miembros del hogar. Es en los propios hogares desde donde se gestiona y organiza todo el mantenimiento y cuidado de las personas.

De acuerdo con datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en México, las mujeres dedican 39 horas semanales al trabajo del cuidado no remunerado en sus hogares y proporcionan 70.6% de su tiempo a estas actividades. Además, el trabajo doméstico no remunerado representa casi el 25% del Producto Interno Bruto (PIB) en México. 

Con la pandemia ocasionada por el COVID-19, la carga que representa el trabajo doméstico se ha intensificado y, por ende, se ha puesto en el centro del debate su importancia. De esta manera, debido a que las actividades que antes se realizaban de forma remota se trasladaron a los hogares, ha habido un aumento en la demanda de trabajo doméstico y, por lo tanto, una sobrecarga en las actividades del cuidado no remunerado para las familias, en especial para las mujeres.

En este sentido, el reconocimiento y la remuneración del trabajo doméstico es un paso sumamente importante. La lucha feminista y la agenda de género han ayudado a llevar estos temas a discusión. El movimiento a favor de la salarización del trabajo doméstico comenzó en Italia en 1974; a partir de entonces, han surgido diversas iniciativas alrededor del mundo para dignificar el trabajo doméstico.

Recientemente, en el marco del Foro Generación Igualdad entre México y Francia llevado a cabo los días 29, 30 y 31 de marzo y 30, 1 y 2 de julio del presente año se creó una “Alianza Global por los Cuidados” donde se planea mantener una red para compartir y aprender prácticas, así como para generar propuestas en torno a las mujeres. Esta alianza fue propuesta por parte del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres (ONU Mujeres), la CEPAL, ministras y funcionarias de los mecanismos para el adelanto de las mujeres de los gobiernos de Costa Rica, Panamá y España, así como representantes de la sociedad civil, organismos internacionales y del sector privado. 

Para lo anterior es menester reforzar el llamado a que todas nos unamos en esta lucha para cambiar las prácticas en torno a la labor doméstica y de cuidados a nivel internacional, nacional y local. Se espera que esta lucha visibilice los esfuerzos por desarmar los nudos articuladores de las prácticas tradicionales de los cuidados y modificarlos por otros donde se ponga en el centro a las personas y no al capital. 

En conclusión, a pesar de que las mujeres nos hemos incorporado cada vez más al mercado laboral “productivo”, el trabajo doméstico y de cuidados no se ha quedado de lado, por lo que ahora el trabajo es doble. Esto “es un factor estructural de la desigualdad de género que restringe notablemente la posibilidad de las mujeres de contar con ingresos propios, tener acceso a la protección social y de participar plenamente en la política y la sociedad.” 

En este sentido, el trabajo doméstico refleja y refuerza las desigualdades entre mujeres y hombres en todos los niveles de reproducción de vida; de ahí la necesidad por romper los roles y mandatos de género con respecto a la labor doméstica y de cuidados [2]. Es urgente replantear esta forma de organización y repensar desde nuestra esfera más cercana de qué manera contribuimos a que esta reestructuración sea posible. 

A su vez, es urgente visibilizar la labor doméstica como parte imprescindible de la reproducción social pues, a pesar de que no recibe una remuneración económica, este trabajo es tan importante que sin él, el mismo sostén de vida y organización social no serían posibles como los conocemos hoy día. La salarización del trabajo doméstico significaría reconocer que las tareas domésticas son un trabajo y no algo “natural” inherente a la mujer, y que el trabajo doméstico no remunerado es una forma de explotación.

De igual manera, es menester modificar el discurso a uno que lleve de manera explícita la corresponsabilidad compartida de mujeres y hombres en el cuidado y organización de los hogares y la familia (pasando a un modelo doble proveedor-a/doble cuidador-a), y en lo macro, de los hogares y el sector público.  Esto último implica sacar al ámbito de lo monetizado muchas tareas que antes se hacían en las esferas invisibles de la economía, lo cual puede servir además como fuente de generación de empleos y de dinamización de la economía, más aún en tiempos de crisis. 

Por último, es necesario prestar atención a que el neoliberalismo está proletarizando [3] a quienes todavía hacen la mayor parte del trabajo no remunerado de la reproducción social; y lo está haciendo en el preciso momento en que también insiste en reducir la dotación pública de bienestar social y la provisión estatal de infraestructuras sociales [4]. Todo ello sucede bajo condiciones laborales donde las mujeres, en su mayoría, recibimos un bajo salario, sin protección legal, sin acceso a servicios de salud y otros derechos los cuales son negados, generando y reproduciendo así, relaciones asimétricas y desiguales entre mujeres y hombres a nivel internacional, nacional y local.


Notas: 

[1] Federicci, S. (2013). Revolución en punto cero trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Traficante de Sueños.

[2] Carrasco, 2011, p. 213

[3] De acuerdo con el COLMEX, proletarizar hace referencia a convertir en proletario a quien no lo era o bien, reducir a una persona al carácter de proletario

[4] Fraser. N., (2020). Los talleres ocultos del capital, traficante de sueños

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