Existe una sola cosa en la que las y los entusiastas del fútbol están de acuerdo: en Europa se juega el mejor fútbol del mundo. Muchos son los argumentos para defender esta postura y quizá en esa diversidad de opiniones los fanáticos de este deporte difieran entre sí, pero inevitablemente todos llegan a la conclusión de que en el viejo continente las cosas se hacen mejor. Algunos lo relacionan con las inversiones, otros más con el diseño de planes a largo plazo y varios también hablan de un sistema de competencia más eficiente. Ante este mar de razonamientos, en Erreizando nos hemos preguntado si efectivamente el fútbol europeo es superior y, de ser así, qué es aquello que lo hace superior.
Lo primero es remitirse a las estadísticas. De las veintiún copas mundiales de fútbol que se han disputado a lo largo de la historia reciente, las selecciones campeonas han provenido únicamente de dos regiones: Europa y Sudamérica. La segunda de ellas concentra nueve campeonatos, en tanto que la primera se ha hecho con el resto.
Algo parecido ocurre con el Mundial de Clubes. En la inmensa mayoría de las ediciones que ha tenido este campeonato, del año 2000 a la fecha, los campeones han sido europeos. Es necesario remontarse al milenio pasado, cuando el torneo ostentaba el nombre de Copa Intercontinental, para encontrar una mayor presencia de clubes de otras regiones. Lo anterior es también un decir, pues en realidad, los clubes no europeos que han logrado llegar a la final han sido todos sudamericanos, con un predominio argentino y brasileño. Entre ellos, se hallan River Plate, Boca Juniors, São Paulo, Corinthians, etcétera.
Fuera de los datos, la superioridad europea se nota en la calidad de los jugadores. Muy pocos futbolistas en el mundo son capaces de igualar lo que Mbappé, Messi, Lawandowski o Ronaldo hacen en la cancha. Son deportistas que juegan con precisión quirúrgica, realizan proezas y resuelven partidos. Corren a altas velocidades, identifican oportunidades y conocen una amplia cantidad de jugadas. En suma, el fútbol europeo es uno de alto nivel, aún cuando se trata de equipos pequeños y aún cuando existen clubes hegemónicos —Real Madrid, Bayern Munchen, Juventus, Paris Saint-Germain—, pues obliga constantemente a una alta competencia.
Puede que el sistema de alta competencia sea producto de la gran cantidad de dinero que se invierte tanto en las ligas europeas como en la Champions League y la Eurocopa. De acuerdo con el Annual Review of Football Finance 2021, la Premier League ocupa el primer lugar en ingresos durante ese año, con 5,100 millones de euros; en segundo lugar se ubicó la Bundesliga con 3,208 millones; y finalmente La Liga española con 3,117 millones. Pero ciertamente este sistema también puede obedecer a la estructura de la Unión Europea, cuya integración económica incentiva el intercambio entre dinero, mercancías, personas y, en este caso, futbolistas.
Por otro lado, existe en Europa un sistema de formación de jugadores a largo plazo. En lugar de contratar talentos y desecharlos cuando no dan resultados, los clubes invierten en chicos promesa y les brindan las herramientas para convertirse en profesionales a futuro. Este proceso viene acompañado de las mejores instalaciones deportivas, psicólogos de acompañamiento, programas de nutrición, buenos sueldos y demás. Los incentivos que se generan son tantos que, por ejemplo, todos los jugadores con los que cuenta la selección inglesa juegan en la liga de ese mismo país.
Las enunciadas son sólo algunas razones por dónde empezar a abordar la supuesta supremacía europea en cuanto a fútbol se refiere. Si se profundiza lo suficiente en ellas, cada una podría constituir un artículo en sí, pero ese no es nuestro interés. En cambio, es necesario una mirada fresca al fenómeno, una perspectiva desde nuevas aristas más allá de lo estrictamente futbolístico o económico. ¿Qué pensarías si te dijera que el estatus que guarda hoy en día el fútbol del viejo continente está ligado al lenguaje audiovisual que se usa para su transmisión?
Como mínimo, un partido de fútbol requiere de 10 cámaras para su emisión. Dependiendo de la liga, torneo y televisora a cargo, la cantidad puede llegar a las 60 cámaras. Para transmitir la Champions League, por ejemplo, se utilizan cerca de 41 cámaras de televisión full HD ubicadas estratégicamente en los estadios. Éstas son instaladas en diferentes puntos de la tribuna, en los bancos de suplentes, a ras de campo, detrás de los arcos, por encima de la cancha —captando los partidos desde arriba en forma panorámica— en drones y hasta en los balones —una tecnología desarrollada por Adidas—.
Las cámaras por sí solas no son garantía de una emisión entretenida, pues su manejo depende de un equipo de técnicos y profesionales que combinan hábilmente las tomas. Estas pueden enfocar o no a los futbolistas y no necesariamente deben estar proyectando el partido minuto a minuto, ya que pueden combinarse tomas de diferentes momentos —durante el partido, en el descanso de medio tiempo, o al final de este—. Dichos técnicos eligen además las jugadas que merecen repetición y los rótulos que aparecen en pantalla, es decir, marcadores, estadísticas, anuncios publicitarios y demás. A lo anterior se suma la intervención de los narradores y comentaristas del partido, cuya labor consiste en brindar información y, sobre todo, entretener.
El fútbol europeo, en particular, cuenta con valores agregados del que se hace uso tales como la calidad de video ultra HD, el sonido inmersivo, la producción remota, la multipantalla o el 5G. Asimismo, La Liga ha marcado una tendencia últimamente con la incorporación de cámaras cinematográficas, una idea retomada de la NFL. Dichas cámaras se colocan a ras del césped y son utilizadas principalmente para capturar las celebraciones de los jugadores después de anotar gol, dándole a la imagen una sensación más realista y cercana.
El uso que se hace de todos estos elementos conforman lo que se conoce como el lenguaje audiovisual, es decir, un sistema de símbolos y señas cuya función es crear comunicación, buscando el entendimiento total entre los espectadores y los contenidos. Por tanto, la pregunta que surge es la siguiente: ¿qué se quiere comunicar con la transmisión de los partidos?
Imaginemos por un momento la emisión de un partido, por ejemplo, un Barcelona vs Real Madrid. En esta transmisión sólo existe una cámara, la panorámica, que se desplaza por encima del estadio. No hay narradores, ni comentaristas. No hay sonido. No hay vista previa, ni cortes. Falta iluminación. ¿Cómo captar la atención de los espectadores tan sólo con eso? A comparación de los aficionados presentes en el estadio, los televidentes en sus casas se encuentran alejados de todo estímulo.
El lenguaje audiovisual resulta entonces fundamental para enganchar la atención del público. Lo hace todo más dinámico, fluido y entretenido. Si un partido imaginario como el que se acaba de describir resulta aburrido, es porque el fútbol, antes que deporte, es espectáculo. El fútbol debe alimentar las pasiones y emociones de las y los fanáticos; generar felicidad, ira, tristeza e identificación con los jugadores. De esta forma, se crea un vínculo que permite y prolonga el consumo, no sólo del deporte mismo, asegurando que las audiencias verán todos los partidos de la liga o el campeonato, sino de los productos que vienen acompañados de él y que son mostrados en los espacios publicitarios durante la transmisión del partido o en momentos fuera de ella, en diversos espacios como internet.
En ese sentido, el fútbol europeo no es necesariamente superior por la técnica, sino por el espectáculo. La coordinación entre todos los elementos del lenguaje audiovisual hace más espectacular el juego de lo que ya es. Efectivamente, los futbolistas juegan a un nivel poco comparable al de otras zonas del mundo, pero la rápida y creativa yuxtaposición de imágenes del lenguaje audiovisual lo exagera. Y es que existe un enfoque cinematográfico que se aplica a todo, desde la espera de los jugadores en los túneles de los estadios, hasta las revisiones de los árbitros en el VAR.
Podemos ver con precisión el sudor de los jugadores y sentir su cansancio, los gestos que hacen cuando sufren alguna caída o lesión, las redes de la portería que parece se romperán con cada remate. Vemos también al público en sus alegrías y sus llantos, en su desesperación y en sus locuras. El detalle se nota incluso en la iluminación, por la imposibilidad del espectador de situar el juego en el día o en la noche, pues ambas vistas se ven exactamente iguales.
El nivel de rigor es otro. Ni siquiera en grandes producciones cinematográficas como la franquicia Goal!, o en series como Ted Lasso o Club de Cuervos, se logra el detalle requerido para un partido europeo. En ellas, los juegos se sienten falsos, irreales. Existe cierta magia que sólo explota en un encuentro entre equipos y que desborda sólo si son europeos.
La concepción del fútbol como espectáculo es la lógica que reina detrás de otros eventos deportivos multimillonarios y exitosos. Se trata de la razón por la cual existe un show de medio tiempo en el Super Bowl y ceremonias de inauguración y clausura de Juegos Olímpicos y Mundiales. Si además tenemos en cuenta que desde hace más de seis siglos un sistema de pensamiento eurocéntrico se impuso a través de la colonización en todo el mundo, es fácil notar que la cuestión del espectáculo llega a reforzar la idea de lo europeo como lo mejor y lo deseable.
Ante ello, partidos entre equipos africanos, asiáticos o incluso latinoamericanos, se tornan aburridos. No porque estrictamente lo sean, sino porque carecen de las capacidades tecnológicas o el equipo de técnicos profesionales —a veces ambas— que brinden espectacularidad a los encuentros. En última instancia, de contar con los recursos, un Morelia vs Necaxa podría ser tan entretenido como un Bayern Múnich vs Borussia Dortmund.
En síntesis, si el fútbol europeo es mejor que los demás, se debe a que, en las últimas décadas, los conglomerados mediáticos europeos entendieron, mejor que sus contrapartes de otros países, que el fútbol es espectáculo. Actualmente, los periodistas y analistas deportivos se enfrascan en acaloradas discusiones en torno a cómo mejorar el fútbol, cuando la pregunta fundamental no es cómo mejorarlo, sino cómo hacer para que se vea fantástico y majestuoso. Si la superioridad en este deporte es un tema de percepción, sólo en el momento en que lo visual pase a ser preocupación primordial, se originará una transformación en lo simbólico que reposicione el fútbol de otros continentes. ¿Cuándo llegará ese momento? Sólo el tiempo lo dirá… quizá pronto, quizá nunca.
Notas: