El debate sobre la posibilidad de incluir a la República de Turquía dentro de la Unión Europea (UE) ha permeado en los medios de comunicación internacionales desde hace algunas décadas. Las consecuencias de su ingreso afectarían no sólo la relación UE-Turquía, sino también a la configuración del sistema internacional, dada la importancia que la zona comprendida entre el Mar Negro y el Mar Mediterráneo ha mantenido a lo largo de los años.
La UE representa la máxima entidad de integración económica, aduanera y comercial a nivel mundial, la cual ha evolucionado e integrado nuevos miembros con el paso de los años. Creada en 1951 como la Comunidad de Acero y el Carbón (CECA), con el objetivo de establecer una relación de cooperación entre seis países (Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países Bajos), hoy en día está compuesta por un total de 27 países, unidos bajo principios de fraternidad, igualdad, democracia y cooperación económica.
Actualmente existen siete países en condición de candidato potencial que pretenden ingresar a la UE, pero por diversos factores el proceso no ha concluido. Dentro de este grupo se encuentra Turquía, el cual desde la propia conformación de la República Turca tras la desintegración del Imperio Otomano tiene la intención de adherirse al continente europeo [1]. Con la abolición de la dinastía y el califato, se adoptaron sistemas políticos, sociales y legales de tipo europeo, materializados a través del nuevo alfabeto turco con influencia latina, códigos civiles y penales basados en un sistema secular, entre otros.
En 1963, Turquía se integró a la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) como Estado asociado tras la firma del Acuerdo de Asociación de Ankara. El artículo 28 ya contemplaba la posibilidad de la futura adhesión turca como miembro pleno, si es que el gobierno turco cumplía con los requisitos. Sin embargo, hasta la fecha no se ha podido completar este largo proceso, debido a una serie de vaivenes entre ambas entidades, con múltiples acercamientos y alejamientos causados por factores políticos, económicos, religiosos y geoestratégicos.
En 1993, el Consejo Europeo de Copenhague determinó que deberían establecerse una serie de requisitos y condiciones para todo aquel país que desee incorporarse a la Unión Europea. Este conjunto de criterios, llamados Criterios de Copenhague, se encuentran en el artículo 6 y 49 del Tratado de la Unión Europea, y establecen la existencia de instituciones que garanticen la democracia, el respeto de los Derechos Humanos, y de las minorías; una economía de mercado en funcionamiento, y capacidad para poner en práctica de manera eficaz las normas, estándares y políticas que forman el acervo comunitario, aceptando los objetivos de la unión política, económica y monetaria.
Bajo estas condiciones, el Consejo Europeo ha argumentado que Turquía no cumple con todos los requisitos. Desde 2001, el gobierno turco ha implementado una serie de reformas con el fin de armonizar la legislación turca a los requisitos europeos. Una de las más recientes se llevó a cabo en 2017, a través de un referéndum para cambiar el tipo de sistema político de la República. La consulta consistía en pasar de un sistema parlamentario a uno de tipo presidencial, eliminando la figura del primer ministro y asumiendo la jefatura del Estado y del gobierno por parte del presidente.
Por esta enmienda, el Parlamento Europeo opinó que “al eliminar el sistema de controles y contrapesos, las enmiendas no cumplirán con la separación de poderes, […] Turquía podría transformarse en un sistema presidencial autoritario”. De esta manera, la UE calificó de poco efectiva la enmienda a pesar de que posee un sistema de representación multipartidista y otros instrumentos que limitan el poder del presidente. En este sentido, la República buscaba que cumpliera con este primer criterio de Copenhague.
Otro de los argumentos más controversiales ha sido su posición geográfica. Si bien el Informe de la Comisión Independiente para Turquía del 2004 establece que “Turquía es un país euroasiático, su cultura está estrechamente entrelazada con Europa, con una fuerte orientación y vocación europea aceptada por décadas por los gobiernos europeos […]”[8], algunos mandatarios europeos argumentan que su ingreso abriría las puertas a que otros países no europeos pudieran realizar peticiones de adhesión, significando el “fin de Europa”.
En cuanto al respeto a las minorías, el gobierno turco ha enfrentado retos con respecto a los derechos y libertades de la minoría kurda, que representa alrededor del 19% de la población. Si bien el Estado reconoce la existencia de minorías religiosas, los grupos étnicos minoritarios aún no se reconocen. Para algunos, la UE se presenta como garante de los Derechos Humanos, por lo que el reconocimiento de la identidad kurda resulta un punto clave.
Además, se ha incluido en el debate la perpetuidad de violencia hacia las mujeres, prácticas abusivas de algunos sectores de la población turca– los más tradicionales-, así como la exclusión del género femenino en el ámbito laboral. Sin embargo, es importante señalar que existe un discurso occidental bajo el cual se califican a las “sociedades atrasadas” de acuerdo con la posición que las mujeres mantienen en el ámbito público. Es decir, se refieren al problema como una cuestión de “necesidad de las mujeres por ser liberadas” y no como un concepto de “liberación”. [2]
El factor económico también está contemplado en los criterios de Copenhague. Según estos, los países candidatos deben ser capaces de eliminar las barreras comerciales, equilibrar la oferta y demanda por medio de mecanismos como la liberalización del comercio, la obtención de estabilidad macroeconómica, entre otras cuestiones. El crecimiento del PIB anual de Turquía comparado con el de la Unión Europea ha sido mayor en algunos periodos, experimentando el mayor crecimiento dentro del G-20, detrás de China (10,7%) y emparejado con la India y Corea del Sur en 2009. Además, logró contener su deuda pública a menos del 50% de su PIB.
Aunado a la cuestión de los Derechos Humanos, se suman factores regionales. El conflicto sirio gestado desde 2011 ha generado que más de 3 millones de refugiados sirios migren hacia Turquía, sumados a los 75 millones de turcos considerados potenciales migrantes hacia Europa. El gobierno de Turquía adoptó una estrategia de protección fronteriza, que si bien inicialmente tenía por objetivo la caída del presidente sirio Bashar al-Assad, el factor migración también está inmiscuido.
Los roces con Grecia desde 1974 por la disputa territorial de la isla de Chipre han creado un campo de batalla donde los intereses geoestratégicos de ambas naciones convergen. Si bien otra de las condiciones europeas fue que Turquía aceptara la división de Chipre en un Estado turco-chipriota y otro greco-chipriota en 2004, a lo cual el gobierno turco accedió, la tensión entre ambos Estados sigue presente, debido a las recientes intenciones de Turquía de explotar los posibles yacimientos de gas y petróleo en el Mar Egeo.
En suma, podemos decir que las condiciones políticas del país han polarizado el debate ante las instituciones europeas. Aunque el Consejo Europeo había determinado no inmiscuir elementos culturales ni regionales en la candidatura turca, observamos que estos son los que han limitado su adhesión, alargando este proceso a más de dos décadas.
Para la UE, el ingreso turco traería consigo el aumento de influencia en Medio Oriente y Crimea, pero tendría que enfrentarse con el aumento del flujo migratorio, la dotación extra de ayuda económica y el rompimiento de la percepción de la unión como un ente meramente europeo. Aún se ve lejana la adhesión turca, detenida por los factores coyunturales como la pandemia causada por el COVID-19, las tensiones entre los líderes europeos al mando y el presidente turco Erdoğan, o bien la inestabilidad regional. El proceso de negociación está pausado, y de no ser que exista un claro beneficio para la UE, las condiciones temporales determinarán el futuro de la misma.
Notas:
[1] Selin Esen, “Las relaciones entre la Unión Europea y Turquía”, s.f., Fundación Manuel Giménez Abad, p. 2.
[2] Fatmagül Berktay, “La situación de la mujer en Turquía en el marco del proceso de adhesión a la UE”, Revista CIDOB d’Afers Internacionals, Barcelona, España, núm. 75, p. 102.
1 comentario sobre “¿Por qué Turquía no pertenece a la Unión Europea?”