Desde que Yo soy Betty, la fea llegó a Netflix el 11 de octubre de 2019, se ha ubicado siempre dentro del top 10 de la plataforma. Series y películas van y vienen, pero no parece que la popularidad de esta telenovela colombiana vaya a esfumarse en un futuro cercano. Y es que se trata de una de las producciones más icónicas y de mayor alcance en América Latina. Se ha doblado a 25 idiomas y cuenta con casi 30 adaptaciones alrededor del mundo, además de las múltiples retransmisiones que son comunes en todos los países latinoamericanos.
Ante esto, es inevitable preguntarnos por qué una telenovela de poco más de dos décadas de antigüedad continúa siendo tan famosa. ¿Será que algún día la gente dejará de consumir la historia de Betty? Puede que este artículo contenga la respuesta a ambas preguntas.
Como ya sabrán algunos, Yo soy Betty, la fea cuenta la historia de Beatriz Pinzón Solano, estudiante destacada, economista brillante, hija sobreprotegida y mujer fuera de los cánones de belleza que busca dar sus primeros pasos en el mundo laboral. El destino la lleva a Ecomoda, una empresa dedicada al diseño de modas y a la fabricación y venta de ropa. Ahí es contratada por Don Armando para trabajar como secretaria de presidencia, pero en el camino se enamora de él. Este es tan sólo el inicio de muchas de las aventuras y desventuras de Betty, la cual se enfrenta a una empresa con problemas económicos, un ambiente laboral tóxico y todo tipo de desafíos inesperados.
Para explicar su éxito, muchos sitios en internet han resaltado la originalidad de la trama, que presenta a una protagonista “fea” y un protagonista masculino mujeriego y patán, algo poco visto en producciones de este tipo hasta ese momento. También, se menciona lo conmovedor de la historia y lo entrañable de los personajes, haciendo hincapié además en el factor de la nostalgia. Asimismo, algunos han optado por explicaciones más técnicas, como el hecho de que su durabilidad —335 capítulos, frente a los 10 que normalmente ostenta una serie— obliga a las y los espectadores a permanecer más tiempo sintonizándola. Sin embargo, aunque reconocemos cierta veracidad en tales argumentos, nuestra explicación va por otro lado.
Para entender en qué recae el éxito de esta telenovela, puede resultar muy útil preguntarnos, en primer lugar, por qué en América Latina nos gusta tanto este formato. Las telenovelas son, quizás, el producto cultural más icónico y representativo de nuestra región; hablamos de un formato televisivo promovido por las televisoras a lo largo y ancho de Latinoamérica y que a pesar de los años se niega a morir, siendo todavía consumido por millones de personas. Comprender sobre qué bases se asienta el gusto por las telenovelas puede ayudarnos entonces a desentrañar cuáles son los elementos que hacen de Yo soy Betty, la fea un fenómeno televisivo.
Dicho esto, la telenovela es heredera directa del género teatral conocido como melodrama. Se trata de un tipo de teatro popular característico de la época colonial que, ante la prohibición del uso de diálogos —algo sólo permitido para el teatro culto presentado en prestigiosos recintos—, se vio en la necesidad de inventar formas teatrales mudas que apelaran lo suficiente a las pasiones del público como para mantener su atención. Este rasgo de emociones desbordadas permanecería aún cuando se levantara la prohibición de los diálogos debido a su capacidad para congregar a la gente, y se posicionaría como fundamental para el éxito del teatro popular y posteriormente de las telenovelas.
Por ello la telenovela se encuentra más cerca de los espectáculos populares como la fiesta y el circo que de otros productos como las series y el cine. A diferencia de este último, la telenovela en ningún momento busca su constitución como arte. Fuera de esa atadura —que regularmente exige del espectador algún tipo de conocimiento que permita la apreciación en su totalidad—, la telenovela tiene el camino libre para conectar con el público. Visto de esta forma, la telenovela es un producto muy honesto: no te promete más que lo que ya sabes que encontrarás; la telenovela es así el goce más puro, es decir, el goce por el goce.
Asimismo, al ser emitida por entregas produce la sensación del día a día, del tiempo real, no sólo durante su emisión, sino también con su presencia en las conversaciones cotidianas y en la construcción de identidades y comportamientos. Dicha sensación de cotidianidad era sumamente necesaria en el momento de la creación de las telenovelas. Ellas tienen su origen a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando en América Latina surge una ola de industrialización que transforma a las culturas populares en masas populares. De esta forma, los diferentes y diversos ritmos de estas culturas se fueron uniformando en uno sólo, dando sentido a esta nueva vida de la sociedad industrial.
Con las ideas aquí presentadas, es imposible no observar dos cosas. La primera es que Yo soy Betty, la fea le habla a la masa popular, basta tan sólo con ver la composición de los personajes y las dinámicas entre ellos para notarlo. Betty representa a la mujer que es relegada por el régimen estético dominante, mientras que Don Armando es el reflejo del hombre machista producto de una estructura patriarcal arraigada.
Pero es quizá a través del cuartel de las feas, el grupo de amigas de Betty, donde la cuestión de lo popular se ve más claramente. Así, por ejemplo, Inesita es la persona de la tercera edad que se niega a renunciar a su empleo para mantenerse productiva, Sofía es la madre soltera, Bertha el personaje con sobrepeso y Mariana la afrolatina. Además, la comunidad LGBTTTIQA+ también tiene presencia por medio del personaje de Hugo Lomardi. Las situaciones en las que se ven envueltos comúnmente giran en torno a la falta de dinero, el amor y el desamor, y la expresión popular por excelencia: el chisme. El nombre del lugar donde se reúnen a comer las “feas”, El Corrientazo, también es significativo de esto.
La gran mayoría de los personajes son entonces una manifestación de la clase trabajadora de bajos recursos y, a su vez, hacen alusión a grupos que se caracterizan por permanecer históricamente reprimidos y por resistir continuamente, sobre todo, se trata de grupos que juntos conforman el grueso de la población. De tal forma que esta telenovela le habla a la masa popular, a un pueblo diverso que a lo largo y ancho de Latinoamérica presenta cierta homogeneidad derivado de las condiciones materiales y el contexto que comparte. Es por tanto en la identificación que el público encuentra con los personajes que yace una de las razones más poderosas para analizar su éxito.
El segundo aspecto que es imposible dejar de lado, es que más allá de pensarse como mera distracción, la telenovela tiene la función de reproducir la identidad de la masa popular, de proyectar sus sentimientos y aspiraciones y de producir catársis. Yo soy Betty, la fea entendió esto a la perfección, de hecho lo entendió mejor que muchas de sus exitosas antecesoras. ¿Quién no comparte el sentir de Betty cuando se entera de la traición de Don Armando? ¿quién no llora con su pasado trágico? ¿quién no odia con intensidad a la peliteñida? Ver Yo soy Betty la fea es mirar y participar de las pasiones no contenidas: el llanto, la ira, el amor, las risas.
No obstante, todavía queda una razón más para dar cuenta de su éxito. Para formularla, te pido que te imagines viviendo en una América Latina antes de la globalización y la era digital. Te gusta la telenovela de las nueve de la noche, así que tienes que apurarte a salir del trabajo o de la escuela y llegar rápido a tu casa, pues sólo en ese horario se transmite y no hay repeticiones. Repites esa rutina por días y meses hasta que se acaba la novela; después empieza otra que te gusta y vuelves a repetir la rutina. Aún cuando no alcances a llegar a tiempo y tengas a alguien que grabe los episodios en VHS por ti, esa persona tiene que sintonizar la telenovela a las nueve.
Este pequeño ejercicio de imaginación sirve para denotar que la repetición moldea nuestros patrones de consumo. A través de la reiteración de esa práctica, millones de latinoamericanos y latinoamericanas nos acostumbramos a una forma de consumir televisión que aplica no sólo a las telenovelas sino a cualquier tipo de programas. Entendimos así que el consumo tiene horarios. Esto por supuesto no significa algo malo, de hecho tiene algunas ventajas como el hecho de mantener enganchado al espectador o de crear una especie de ritual de consumo del que participa toda la familia alrededor del televisor.
Con la llegada del contexto digital, el consumo se individualiza y acelera. La cuestión de los horarios pierde sentido ante las innovaciones tecnológicas. De esta forma, a la potente conexión con la masa popular, se suma el hecho de que el consumo inmediato intensifica el fenómeno. Ya no es necesario esperar al siguiente día para ver el próximo capítulo, sino que ahora es posible ver varios capítulos seguidos. En su primera transmisión, Yo soy Betty, la fea estuvo al aire del 25 de octubre de 1999 al 8 de mayo del 2001. Un año y siete meses de consumo aproximadamente ahora puede reducirse a un mes, o incluso menos.
Por último, sólo queda por responder cuánto más durará el éxito de las telenovelas en general y de Yo soy Betty, la fea en particular. Lo cierto es que el caso de Betty es tal vez el último de su tipo, después de ella ninguna otra telenovela ha tenido un impacto, repercusión o éxito similar. El año de su estreno —1999— resulta muy ilustrativo, pues no es que la historia de Betty haya entendido a la perfección a la masa popular, sino que comprendió muy bien a la de su tiempo.
Fue 1999, en efecto, un momento de transición hacia un contexto digital y global, con todas las consecuencias que ello implicó. A nivel cultural, la misión de la globalización es uniformar el consumo, aunque pocas veces lo logra. Por lo tanto, si el formato de las telenovelas espera prosperar y evitar su desaparición frente a otros productos y estilos, debe alejarse de las tendencias globalizantes —ej. la seriación por temporadas— que poca conexión tienen con el público popular, y encontrar una voz propia que le hable a esta nueva masa en constante cambio, que conecte con lo popular de este tiempo tan vertiginoso, inestable y acelerado.
En cuanto a la historia de Betty, su éxito perdurará en tanto lo popular permanezca, sin importar que la retiren de una plataforma de streaming o que la pasen a otra. Si algo nos ha demostrado la globalización es su capacidad de hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, con lo que lo popular tiene así garantizado su existencia. Quizá algún día la gente deje de ver la historia de Betty, pero por lo pronto una cosa es clara: ello no ocurrirá en un futuro inmediato. Mientras la pobreza nos siga respirando aquí en la nuca, Marce, la historia seguirá teniendo sentido e impacto en sus consumidores.