La incorporación de la perspectiva de género al desarrollo humano es fruto de diversos hitos que se enmarcaron —y continúan enmarcándose— a lo largo del tiempo; sin embargo, no siempre ha sido así. Después de la Segunda Guerra Mundial creció el interés sobre los modelos de crecimiento económico. Estos modelos se basaban en un análisis cuantitativo y de carácter fundamentalmente económico, por lo que a pesar de que algunos países tenían un elevado crecimiento económico, experimentaron un empeoramiento en sus condiciones y calidad de vida.
De acuerdo con Silvia Solís, como parte del Informe del Club de Roma en 1972, se consideró por primera vez el término desarrollo, pero fue hasta la década de los noventa, que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) elaboró un informe que hacía evidente una nueva dimensión al respecto. En este sentido, la autora Amartya Sen señala que:
Como se vislumbra, el enfoque de Amartya Sen ofrece un punto de partida distinto a los tradicionales, basados en el ingreso y el crecimiento, haciendo evidente que muchas de las alternativas nacionales e internacionales con perspectiva social son minoritarias frente al conjunto de procesos hegemónicos con perspectiva neoliberal y patriarcal, los cuales, en concordancia con Marcela Lagarde, “no incluyen entre sus objetivos contribuir al desarrollo humano, mucho menos al desarrollo de las mujeres y la superación de los problemas sociales derivados de la opresión genérica”. Es decir, el desarrollo únicamente se contemplaba bajo los parámetros de los hombres, excluyendo a las mujeres.
Lo anterior va de la mano con el género, ya que este ha sido el punto de partida para organizar la distribución del trabajo, la propiedad y otros recursos de la sociedad. En concordancia con José Zamudio, esto ha perpetuado relaciones desiguales de género que se continúan sosteniendo sobre ideas, creencias y valores con respecto a la masculinidad y feminidad en el imaginario colectivo.
Tras la problemática que se vive derivada de la visión androcéntrica con respecto al desarrollo humano se comienza a utilizar la perspectiva de género, pues, de acuerdo con Gloria Ramírez, esta nace como una alternativa para interpretar la realidad a través de otros ojos. La perspectiva de género “representa una nueva forma de concebir a la humanidad desde la integralidad y la indivisibilidad de los derechos humanos, pero también desde la lucha de las mujeres, ya que busca construir nuevas relaciones entre hombres y mujeres para construir un mundo con rostro humano”. [1]
En 1995 el PNUD avanzó en la investigación con perspectiva de género elaborando el Índice de Desarrollo de la Mujer (IDM), el cual consiste en la medición del adelanto en la capacidad humana básica —esperanza de vida, longevidad y salud, educación y nivel de vida— además, refleja la desigualdad entre mujeres y hombres. El IDM se complementó con el Índice de Potenciación de la Mujer (IPM), el cual indica en qué medida las mujeres y los hombres pueden participar activamente en la vida económica y política, así como en la adopción de decisiones.
Estos índices permiten comprender las desigualdades que mujeres y hombres viven por razón de género y, a la vez, buscan mostrar vías donde ambos géneros participen; como el caso de la economía y la política. De igual manera, se crearon otras herramientas como lo son el Índice de Desarrollo Relativo al Género (IDG) que “permite comparar la capacidad básica entre mujeres y hombres y dar cuenta de la disparidad entre ambos; y el Índice de Potenciación de Género (IPG) que se concentra en el grado de participación y mide la desigualdad del género en esferas clave de la participación económica y política, así como en la toma de decisiones”.
Al hacer este recorrido histórico y nombrar los mecanismos de perspectiva de género englobados en el desarrollo humano, se hace visible que, debido a la ideología patriarcal, se creía que el desarrollo, sin perspectiva de género, resolvería por sí mismo las problemáticas. Situación similar con la idea de que las mujeres debían aceptar políticas sin intervenir en su formulación para eliminar ese atraso e, inclusive, considerar a las mismas como causa de atraso.
Es por ello que, en concordancia con Marcela Lagarde, la importancia recae en entender la necesidad de analizar al “desarrollo con un sentido ético, político y feminista, ya que con ello, se puede hacer frente a las condiciones de género que atentan contra la constitución de cada mujer y de cada hombre como seres en completud, la cual sólo será perceptible en la plena vivencia de sus derechos humanos”.
A manera de conclusión, siguiendo las ideas de Lagarde, es posible argumentar que gracias al cambio de paradigma con respecto al concepto de desarrollo humano, fue posible englobar los objetivos de la perspectiva de género, justamente porque este último busca la expansión de las capacidades de todas las personas y no sólo de la mitad del mundo.
Sin embargo, aún existen obstáculos y falta un largo camino por recorrer para salir del encasillamiento de los modelos androcéntricos, lo cuales acrecientan las desigualdades en razón de género, agudizando la explotación, opresión y marginación de las mujeres.
Notas:
[1] Ramírez, Gloria, “Los derechos de la mujer en gráficas y conceptos básicos: la perspectiva de género en la evolución de los derechos humanos”, No. 3, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2006, p. 5.