“Yo soy mi electorado”
–Byung-Chul Han
La política estadounidense está marcada por la desconfianza hacia los gobernantes. Durante este proceso electoral las redes sociales se volvieron medios para que todas y todos puedan presentar sus opiniones sin censura. Esto crea un problema, al todos hablar ¿qué es lo que escuchamos y qué es lo que no?
La popularidad de las opiniones venden, como ocurre con influencers, políticos o personas como nosotras y nosotros. El poder publicitar con nuestras ideas es el negocio de empresas relacionadas con servicios y productos en Internet, como es Twitter y Facebook. Como sabemos, el medio está en constante expansión; solo en Facebook 2.7 mil millones de usuarios activos generan contenidos mensuales (Statista). No nos damos cuenta, pero, para captar nuestra atención, estas empresas crean filtros que nos muestran lo que queremos ver.
Eli Parser llama este fenómeno “burbujas de filtros” en el que se utilizan “algoritmos”; que son una serie de instrucciones para crear modelos del contenido que queremos consumir a partir de los datos que proporcionamos: comentarios, posts, tweets, resultados de búsqueda, todo lo que se pueda registrar de nuestra actividad en línea. Lo anterior, es importante aclarar, se hace sin que ninguna compañía se haga responsable por su uso indebido. Estas acciones y omisiones pueden tener un peso electoral.
En referencia a la burbuja de filtros, va de la mano la explosión de las teorías conspirativas, las cuales a partir de la pandemia han ganado popularidad, debido al aumento del tiempo que usuarias y usuarios pasan en línea, lo que permite que encuentren su propia verdad que está acotada por sus gustos e intereses y motivada por la incertidumbre de un futuro.
La sociedad estadounidense pasa por dos crisis importantes:
La poca legitimidad que tienen los políticos convencionales. Eso incentiva a una parte del electorado a tener una postura de desconfianza a las instituciones y un apego a personajes inusuales, como es el Presidente Trump.
Ese mismo grupo de personas, que desconfían en el gobierno, busca su propia verdad “hecha a medida usuario [y usuaria]” (Eric Schidt). Una verdad marcada por una impresión errónea de la realidad, lo que Zygmunt Bauman llama “capital de miedo” (2008;23), es decir, se puede comerciar con nuestros temores.
Su manifestación más actual es Qanon, una burbuja de teorías que inició en 2017 en 4chan, un foro de discusión. Ellas y ellos son votantes de extrema derecha, partidarios del presidente Donald Trump. En este año electoral, 1 de cada 5 ciudadanos estadounidenses piensa que Qanon es algo positivo y de estos, más de la mitad apoya a Trump (Pew Research Center).
Los seguidores de Q tienen una visión fabricada de que existen “políticos [como se supone es el Presidente] que luchan contra una élite que controla el Estado desde las sombras.” Dicha élite, además, “practica la pederastia, tomar sangre y el tráfico infantil”. Es decir, el movimiento es receptor de una variedad de teorías, no es necesario creer en todas para ser parte de Qanon, como su lema dice “solo debes seguir la madriguera del conejo”.
Tan solo el año pasado, el FBI catalogó al grupo de seguidores como posible amenaza de terrorismo doméstico (CNN), como podemos observar, salieron de los foros y pasaron a las redes sociales que contaban en “Facebook con más de 600,000 cuentas”, (Foreign Policy). A pesar de que fueron eliminados, el daño, se podría decir , ya está hecho. Lograron convertirse no solo en una fuerza electoral importante además en un grupo que puede amenazar otras causas sociales.
En este ambiente convulso, ya se puede ver su acción por redes sociales que circula información falsa sobre el virus del COVID-19, como que “es una farsa” o en el caso de las manifestaciones de Black Lives Matter que “los grupos de izquierda iniciaron los incendios en Oregón”. Su objetivo es deslegitimar, lo que ayuda a alimentar el discurso a favor de Trump, a pesar de la mala gestión de la pandemia y del uso de la violencia en contra las manifestaciones.
No es el único caso de teorías conspirativas de esa índole, ya que al no contar con una regulación clara en las redes sociales y en el uso del discurso de la libertad de expresión, habrán más ideas que se alinean con el miedo y la desconfianza. Otro caso conocido es Pizzagate teoría conspirativa de 2016, la cual convenció a un hombre de ir armado a la pizzería, la Comet Ping Pong de Washington, por ser el “centro de una red de tráfico de niños”. Lo difícil de la época actual es lo rápido que se puede generar el contenido y lo fácil que es compartirlo, sin meditar las consecuencias que provocan.
Una reflexión final, las teorías conspirativas son altamente consumibles y fáciles de acceder para el parámetro que las burbujas de filtros marcan a personas vulnerables y altamente influenciables debido al miedo y la desconfianza que tienen en contra del sistema, mismas que son seducidas por el discurso patriótico y xenofóbico de Trump. Es un fenómeno que ocurre en todos los países con acceso a Internet, por lo que es importante salirnos de nuestra burbuja y escuchar al otro, con el diálogo somos menos propensos de caer en estas teorías conspirativas.