“Este mundo no va a cambiar a menos que estemos dispuestos a cambiar nosotros mismos”
Desde tiempos ancestrales, las comunidades indígenas de ascendencia maya, desarrolladas en gran parte de la península de Yucatán, han sostenido económicamente su forma de vida con base en la producción de tesoros como la miel “de palo” [1] y el maíz. De estas dos actividades, destaca la apicultura de la abeja melipona, una peculiar especie sin aguijón que, desde hace siglos, es considerada la abeja sagrada maya. Sin embargo, debido a los impactos del “desarrollo” capitalista auspiciado por el gobierno federal en el sureste mexicano, la existencia de esta especie está en riesgo.
Por lo anterior, este artículo busca exponer cómo la expansión de monocultivos transgénicos ha causado el deterioro socioambiental en la región del sureste mexicano, específicamente en el estado de Yucatán, poniendo en riesgo la vida de miles de ejemplares de abejas melipona. Asimismo, se expondrán las consecuencias que tiene en el tejido social, cultural, económico y organizacional de los pueblos mayas en resistencia, quienes son hostigados por empresas extranjeras y por el Estado mexicano. Después, se explicará el fenómeno con el concepto de acumulación por desposesión.
Para comenzar, la abeja Melipona Beecheii, comúnmente conocida como abeja melipona, incluso llamada localmente ko’olel kaab, es considerada “la abeja sagrada maya” por las propiedades nutricionales y curativas de su miel, haciéndola una especie endémica que habita en la península de Yucatán. Un rasgo físico que la caracteriza es que no posee aguijón para defenderse de sus depredadores. Además, la ko’olel kaab representa la principal especie encargada de la polinización de la vegetación regional; desde café y la calabaza, hasta el chile, el mango, el maíz y el aguacate.
Por su parte, la humanidad, con el desarrollo de la apicultura (una ciencia que tiene como objetivo estudiar a las distintas especies de abejas melíferas) ha buscado obtener un beneficio económico de su desarrollo . Lleva en práctica miles de años alrededor del mundo y, según hallazgos encontrados en templos y códices, se cree que en Mesoamérica se practica desde el Periodo Protoclásico (entre el año 50 a.C. y el 250 d.C.). Específicamente, los mayas desarrollaron la meliponicultura, es decir, la apicultura de la abeja melipona, y la dotaron de un sentido espiritual, ligándola incluso con sus dioses. Por eso, la meliponicultura es, además, un ritual.
En la región Maya, la meliponicultura es una actividad cultural y económica crucial para las comunidades que aún la practican, pues la miel de la abeja melipona, conocida como miel de palo o miel virgen, es reconocida a nivel internacional por sus múltiples beneficios alimenticios y medicinales. Además, la meliponicultura está basada en métodos tradicionales que aseguran la subsistencia de los meliponarios, la integridad de las abejas y el bienestar económico de las familias, estableciendo un auténtico sistema de armonía socio-ambiental.
Existen dos tipos de producciones de miel. Por un lado, encontramos la producción melífera con abejas africanizadas (Apis mellifera scutellata Lepeletier), la cual es llevada a cabo en extensos apiarios a través de cajones segmentados para aprovechar la mayor capacidad productiva de esta especie. A diferencia de esta, encontramos la producción de la abeja melipona, la cual se realiza de forma tradicional en jobones (troncos huecos de árboles como cedro y chicozapote), en meliponarios de aproximadamente 15 unidades donde la colmena de ko’olel kaab se desarrolla.
Es así que la producción de miel de abeja en Yucatán se coloca como la primera a nivel nacional. Sin embargo, sólo el 20% de los casi 13 mil apicultores de la península basan su producción en la miel de abeja melipona, debido a que buscan producciones mayores con el desarrollo de la abeja africanizada. Aún así, el precio de la miel de abeja melipona se mantuvo, en 2015, en aproximadamente $800 pesos por kilogramo (por parte de los productores) y en cerca de $1200 pesos por kilo a través de algún intermediario, generando ganancias netas de $5,000-$6,000 a las familias de lxs meliponicultores. Cabe mencionar que estas ventas no se realizan sin antes llevar a cabo el saká, un ritual en ofrenda a los dioses por permitir la cosecha.
Sin embargo, la producción de miel de abeja melipona, la subsistencia de la especie y el bienestar socio-ambiental implícito en esta actividad ancestral corren múltiples riesgos de desaparecer. Una de las principales amenazas a la meliponicultura es el aumento de la ahora ilícita siembra de monocultivos transgénicos, especialmente de soja (soya) y otras leguminosas en toda América Latina.
Desde 2012, bajo el amparo del gobierno mexicano, en su papel de Estado facilitador de comercio liberal (sin que se realizara algún tipo de consulta a las comunidades locales) y empresas de biotecnología enfocada en la actividad agrícola, como Monsanto, comenzaron un despliegue infraestructural y de maquinaria industrial en toda la región del sureste mexicano. Sin que se tratara de una coincidencia, a partir de ese mismo año, cientos de miles de abejas murieron en toda la península y en otros estados. La causa, según investigadores, se encontraba en los monocultivos transgénicos y en otras actividades extensivas como la ganadería, las cuales rompen directamente con las dinámicas socio-ambientales locales.
De manera específica, la siembra de la soja transgénica en la región trae consigo un violento proceso de despojo imperialista hacia los territorios por parte de las grandes corporaciones. No puede llamarse de otra forma, pues dentro de las principales acciones de la empresa Monsanto, en cuanto a la siembra de los monocultivos, se encuentran olas de deforestación en zonas selváticas de la región. Además, el cultivo de la soja implica el uso intensivo de herbicidas con base en glifosato, un agroquímico nocivo para la salud humana y para el ecosistema, el cual es aplicado en grandes cantidades con el uso de avionetas.
El uso de glifosato es la principal fuente de contaminantes agroquímicos en la península, ya que produce efectos corrosivos en la zona selvática primaria, en los mantos freáticos y en actividades económicas de producción local, como la pesca, la ganadería, la siembra de maíz. Asimismo, afecta la apicultura y la meliponicultura de forma directa al asesinar a las abejas, e indirecta al afectar la producción de flora selvática. Tan sólo en 2013, en México se produjeron 239 mil toneladas de soja.
Sin duda alguna, la siembra intensiva de soja se explica gracias a los cambios en la lógica de los regímenes alimentarios a nivel mundial, ya que los alimentos veganos han generado una tendencia creciente en los mercados. Sin embargo, su producción trae consigo estas afectaciones, demostrando los retos vigentes en la producción de dietas sostenibles. Asimismo, el avance de estas empresas se debe, además, a que los mayores latifundistas en los estados de Campeche y Yucatán son los menonitas: cristianos ortodoxos emigrados de Europa durante el siglo XIX que ignoran y atacan constantemente las formas de producción locales, tal como la meliponicultura Maya.
Todo esto ocurre en medio de una era geológica caracterizada por el colapso climático-social, que es consecuencia del sistema de producción capitalista. De lo anterior que podamos analizar esta problemática bajo el concepto de acumulación por desposesión desarrollado por el autor David Harvey [2]. Esta propuesta teórica, que en esencia señala que los procesos de acumulación capitalista contemporáneos siguen basándose en la formas tradicionales de este sistema, plantea también la existencia del “neo imperialismo”; un sistema en el que los capitales trasnacionales son trasladados a territorios ajenos a los de su origen para generar plusvalía donde no la hay.
La presencia de empresas como Monsanto en la región maya nos demuestra que, al día de hoy, los procesos de despojo y violencia en los territorios continúan en expansión bajo el paradigma capitalista-imperialista tradicional; o sea, a través de la privatización de territorios y recursos naturales; el hostigamiento a las formas alternativas de producción económica y de consumo comunitario; así como la violencia sistemática hacia las poblaciones locales. Asimismo, cabe resaltar el papel del Estado mexicano en la perpetuación de las relaciones de poder capitalistas, en las que las empresas extranjeras prácticamente son colonizadoras. A decir de Harvey, “el derecho de propiedad se convierte en apropiación de propiedad ajena”.
En ese sentido, la presencia de empresas extranjeras a lo largo del territorio mexicano, sobre todo aquellas de tinte extractivista como las industrias petroleras, mineras, gaseras y refresqueras, representan casos de neo imperialismo. Monsanto, con su cultivo de soja transgénica, no es la excepción. Cabe recalcar que, además de las implicaciones sociales y económicas, al mencionar estas actividades económicas de empresas con sede en Europa y Estados Unidos, estamos hablando de la principal fuente de contaminación, no sólo en la esfera nacional, sino a escala mundial.
A esto, se le suman los múltiples “megaproyectos” a realizarse en la región, de entre los cuales destacan el “Tren Maya” (que de “maya” tiene nada). Todos estos buscan, desde una concepción occidental-capitalista del “desarrollo”, aumentar la capacidad comercial de la región en los sectores turístico, agroindustrial y energético. Sin embargo, sus resultados finales beneficiarán únicamente a las empresas y empresarios con inversiones en ellos y dejarán de lado las necesidades humanas básicas de las comunidades locales.
Finalmente, nos queda hablar sobre la resistencia de los pueblos organizados de la región Maya, quienes, desde las selvas de Yucatán y el Petén, defienden constantemente las tradiciones locales y los recursos naturales de la región, tal como la meliponicultura y a la abeja melipona.
Algunas de las acciones más importantes en la defensa de nuestra pequeña amiga, la melipona, son el esfuerzo de múltiples escuelas y talleres que, con ayuda de instituciones como la Universidad Autónoma de Chapingo, buscan enseñar esta actividad a las nuevas generaciones para mantenerla viva. También se busca aumentar la producción de miel para ayudar a más familias yucatecas y aumentar la cantidad de ejemplares de melipona para conservar la especie. Son cada vez más los hombres, y sobre todo mujeres, quienes han encontrado en esta actividad un auténtico modo de producción económica ambientalmente equilibrado.
Sin embargo, México sigue siendo un país en el que garantizar los derechos políticos en materia de autodeterminación y diversidad cultural es una realidad lejana. Al respecto, encontramos también múltiples levantamientos por parte de brigadas indígenas mayas que, a través manifestaciones, han recorrido la República con el objetivo de visibilizar los abusos cometidos en contra de su forma de vida y han exigido al gobierno mexicano que se respeten sus territorios y se regule la presencia de las empresas ya mencionadas. Hasta hoy, uno de sus logros ha sido la prohibición de la siembra de maíz, de soja transgénica y del uso de glifosato.
En conclusión, debe quedar claro que la extracción de recursos en los territorios de América Latina, tal y como se hace actualmente, es muestra del neo-colonialismo y representa una amenaza, no sólo para el ecosistema, sino para las distintas formas de vida que ahí coexisten; desde las abejas, hasta los pueblos mayas. Estos últimos, a través de sus propuestas alternativas al capitalismo occidental, son un auténtico proyecto decolonial y, tanto el gobierno como la sociedad civil, debemos reconocerles. Su lucha es la lucha de todes, su resistencia es la de toda América Latina, y nos siguen demostrando que otro mundo es posible, uno donde quepan todos los mundos.
Notas:
[1] Llamada así porque se cultiva de los jobones, troncos huecos donde se desarrollan las colmenas.
[2] Harvey es un sociólogo y geógrafo inglés, quien ha desarrollado diversas propuestas teóricas en materia de geografía humana y producción del espacio. Su trabajo ahonda en los debates sobre el desarrollo del capitalismo y su relación con la geografía.
Sin duda cada vez se vuelve más compleja la búsqueda de tener un estilo de vida libre de crueldad animal, cuando en tu dieta, que está basada en plantas, existen alimentos cuyo cultivo le hace mal a algunas especies como lo es el caso de las almendras, el aguacate, y la soja. Aunque pienso que tu posicionamiento político puede estar en tu plato, aquel es vacío si no se toma en cuenta al sistema capitalista y a la opresión que sigue haciendo hacia la naturaleza, incluso en los productos que tienen la osadía de anunciarse como “cruelty-free”, y por supuesto la que se perpetua hacia los pueblos indígenas y otros locales de las zonas donde se hace la siembra de monocultivos. Un artículo super interesante, hay que voltear a ver las resistencias indígenas y no sólo imitar un veganismo carente de posicionamiento político que se empareja con el discurso neocolonial del Norte Global.
Muchas gracias por leer el artículo y por dejarnos un comentario tan enriquecedor.
El autor comparte tu posicionamiento. Además de los puntos que mencionas, es importante vislumbrar cómo los regímenes alimenticios que dictan las normas de consumo a nivel mundial, están dirigidos y articulados en sí mismos por el sistema capitalista, por lo que no podemos esperar mucho en cuanto a ecología.
En efecto, lo que pones en tu plato es un verdadero posicionamiento político, aún más si tomamos en cuenta que “eres lo que consumes”.
El autor señala que, tal y como mencionas, existe la necesidad urgente de politizar los alimentos para generar una verdadera conciencia socio ambiental que permita hacer propuestas diferentes a lo que ya existe, fuera del umbral capitalista-occidental.