Ante el desamparo, aquellos hostigados por la pobreza y el hambre, personas de las clases populares de todas las ciudades del mundo, se han visto vulneradas y, ante ello, han buscado la ayuda de alguna figura heroica que les auxilie. De ahí que, a lo largo de la historia, hayan surgido leyendas de personajes con la vocación de servir a los que menos tienen, como el mítico Robin Hood, personaje del folclore medieval inglés, el cual es recordado por ser un ladrón forajido que, con su arco y flecha, robaba a los ricos para darle a los pobres.
Desde una perspectiva de Relaciones Internacionales, el narcotráfico puede ser comprendido como el conjunto de actividades ilegales que lleva a cabo una organización delictiva, mismas que tienen como fin único el enriquecimiento ilícito por medio del ejercicio de la violencia; sin embargo, se trata de un fenómeno sensible y cambiante según la zona geográfica, en especial en Nuestra América.
En la última década, nuestra región ha atravesado capítulos político-sociales materializados en movimientos sociales que han llenado las calles de nuestras principales ciudades. Todos ellos han estado impulsados por demandas de sobra razonables, como las malas administraciones, las poco funcionales políticas públicas, el abandono de los sectores marginados, la militarización y la corrupción; todo ello, evidencia una crisis de gobernabilidad, en la cual el Estado demuestra una pérdida de legitimidad y aceptación. Ante este fenómeno, los grupos de influencia subyacentes, como los cárteles y sus líderes, aprovechan ese “vacío” de poder y se esparcen con mayor facilidad. Es esa la forma en la que el narco se ha legitimado en Nuestra América.
El narcotráfico, a través de su normalización, adquiere un carácter cultural e identitario. La narco cultura puede ser entendida como la afinidad y simpatía social del actuar de los cárteles del narco, manifestada en contenido popular, como la música (narcocorridos); series televisivas y series alusivas a la vida de algunos capos [1] (narcocine); el consumo de drogas; el uso de armas de fuego; entre otras. Por supuesto, estas manifestaciones narco culturales interactúan con las regionales y dan como resultado elementos que cada país o ciudad decide apropiarse; tal como ocurre en el norte de México, en Sinaloa, donde encontramos expresiones como la moda de ser “buchón”.
En los actuales Estados-nación, y en un contexto de liberalismo económico, las diferencias de clase son un fenómeno muy acentuado y que se percibe a simple vista. A la par de tratarse de una narración fantasiosa, Robin Hood posee una capacidad representativa muy grande, pues, bajo la narrativa de este forajido, se han formado discursos que idealizan y mitifican el actuar de personajes políticos y/o civiles que emprenden misiones de “ayudar” a los pobres; sin embargo, casi siempre es por medio de la violencia, fuera del marco legal y, aún más importante, no siempre son lo que parecen; tal es el caso de los narcotraficantes en Latinoamérica.
El narcotráfico en la región latinoamericana ha adquirido vital importancia por la aceptación popular de la población, misma que lo ha normalizado, idealizado y reproducido al grado de que hoy se hable de la “narco cultura”. Pero, ¿qué factores necesitamos conocer para comprender este fenómeno? y, sobre todo, ¿los capos son los Robin Hood contemporáneos?
En ese sentido, debemos reconocer que los países de nuestra región comparten características sociales y culturales que los entrañan unos con otros, de ahí que el narcotráfico, existente en todos ellos, posea orígenes estructurales, modus operandi, y objetivos muy similares; sin embargo, también cuentan con características específicas que los dotan de rasgos identitarios únicos. Es decir, no se materializa de la misma manera el actuar del cártel de Sinaloa que el de Medellín.
¿Cuál es el origen del narcotráfico en América Latina? El primer factor determinante para su existencia es la riqueza natural y geográfica que gozan nuestros países, misma que, al parecer, siempre termina siendo usurpada y explotada, ya sea por alguna empresa privada, el Estado o, en algunos casos, los cárteles del narco. Tal es el caso de la Región Andina (región natural de Colombia) donde se produce la mayor cantidad de cocaína a nivel mundial, para después ser distribuida a todos los mercados de drogas.
En segundo lugar, al hablar de narcotráfico se debe hablar de neoliberalismo, pues en un contexto de globalización económica, los cárteles se rigen bajo reglas similares a otro tipo de empresas, así como bajo principios básicos de economía como el de la oferta y la demanda; es decir, mientras exista gente que consuma drogas, habrá quienes la produzcan. Así, serán los narcos quienes, bajo sus métodos violentos, la comercialicen. Por supuesto, se debe hablar también del carácter “ilegal” del consumo y venta de sustancias adictivas, mismo que se trata de una construcción social y jurídica que implica el gusto por aquello que está prohibido. Esta condición de ilegalidad es, en esencia, el motor de lucro para el narco.
Por último, resalta el (fallido) papel del Estado-nación neoliberal latinoamericano de las últimas décadas, el cual no sólo ha permitido, sino también (en muchas ocasiones) ha propiciado, la existencia de los grupos de narcotráfico al no hacer frente a estas organizaciones. Esto se debe, entre otras cosas, a que en la mayoría de los Estados de Nuestra América la corrupción gubernamental es un factor común, razón por la que se establecen nexos estrechos entre ambas partes, lo que permite a este tipo de criminales actuar de manera ininterrumpida. Incluso se ha hablado de narco-Estados, concepto asociado a aquellos Estados en los que los cárteles participan directamente en las decisiones políticas del país.
Teniendo estos factores en consideración, la reproducción cultural del narco encuentra su origen en la narrativa épica de Robin Hood, misma que es adaptada a la vida de algunos líderes destacados del narco, como la de Joaquín “El Chapo” Guzmán, líder del cártel de Sinaloa hasta su detención en 2017; la de Pablo Escobar, líder máximo del cártel de Medellín; o la de Jesús Malverde, bandido revolucionario a quien hoy en día se le rinde culto religioso en los estados del norte de México. El hecho de que sus historias, antes que ser relatadas en series o documentales como crímenes, sean plasmadas como hazañas, actos heroicos y “revolucionarios” en contra del gobierno y en pro de la gente en situación de pobreza, no sólo es absurdo, sino contradictorio.
Es así que, en repetidas ocasiones, los cárteles llevan a cabo acciones de aparente índole caritativa, como realizar obras públicas, escuelas y parques; hacer reparticiones de despensas y productos de la canasta básica de forma gratuita; e, incluso, llevar a cabo programas de supuesto bienestar social por su propia cuenta. Así, las comunidades que reciben estos beneficios adoptan la idea de que, en efecto, se trata de alguna clase de Robin Hood, aunque más intimidante, y armado con mucho más que un arco y flechas.
Hay que reconocer que, en realidad, el narcotráfico “es un proceso organizacional cuya finalidad única es conquistar territorio para producir o vender drogas” y, mediante este tráfico, enriquecerse, como cualquier otra empresa. Además de la obtención de ganancias a través de la distribución de drogas, “el narcotráfico genera capital, no sólo dinero. Es una industria, no sólo un negocio. Es una relación social de dominación, no sólo una actividad comercial ilegal”. En este sentido, podemos afirmar que los cárteles son perfectos representantes de la ética capitalista al buscar generar ganancias a toda costa; esto, a través de la imposición de sus organizaciones y con base en miedo, nunca impulsados por un sentido de solidaridad.
Por supuesto, sus actividades son muchas y, entre ellas, encontramos las extorsiones, los secuestros, los robos a mano armada, el cobro de “plazas” (una cuota que se paga para poder ocupar un espacio comercial), entre otras. En resumen, se trata de una organización extremadamente violenta que identifica como principales víctimas a personas en estado de vulnerabilidad, como infantes, sexoservidores, campesinxs, personas en situación de pobreza y, sobretodo, a las mujeres y sus cuerpos. Es decir, los narcos lucran con el temor de la gente, el cual ellos mismos tratan de hacer ver como respeto.
Resulta entonces, que todas estas acciones, supuestamente de carácter social, son sólo cortinas de humo y técnicas para obtener la simpatía de las poblaciones a las que, por medio del despojo de sus tierras y sus aguas para producción de drogas y como refugios ante las autoridades, condicionan a incorporarse a sus filas, emigrar o confrontarlos. En suma, el narco, a través de la narco cultura, trata de romantizar la situación de vulnerabilidad de la gente a la cual ellos mismos posicionaron en un inicio. Es por ello que resulta tan importante dejar de reproducir la narco cultura, pues, a través de la normalización de la violencia llevada a cabo por estos cárteles, es que ésta se reproduce y se consolida en acciones cotidianas de la sociedad civil.
En conclusión, debe quedar claro que el narcotráfico es el monopolio de la violencia y la intimidación. Concebirlo únicamente como la actividad de tráfico ilegal de drogas es etimológicamente correcto, ontológicamente equivocado y políticamente inútil, pues, como se explicó aquí, responde a un fenómeno social y cultural apropiado incluso por gente ajena a estas organizaciones. Además del actuar gubernamental, un paso indispensable para debilitar el narcotráfico es que la sociedad lo vea como lo que es: un crimen que, lejos de representar una causa heroica, es una amenaza para la vida de todo aquel que está expuesto a sus actividades. El Chapo y Robin Hood se parecen en muy poco.
Notas:
[1] Forma en la que se le llama coloquialmente a los líderes de los grupos de crimen organizado.
Cómo siempre buena información,me parecen muy interesante sus temas gracias
Hola Hayli, agradecemos tu comentario, nos ayudarías mucho compartiendo, te mandamos un saludo.
Hola Gallegos.
Después de haberte leído, quiero dejarte algunos comentarios sobre este escrito.
Creo que en aras de reivindicar a “Nuestra América” es relevante decir que la ilegalidad y el consumo de sustancias nocivas (drogas en general) son producto màs que de nuestra maravillosa geografía, de un consumo externo que en su mayoría o al menos según la OMS, es un consumo escencialmente del Norte Global.
México por ejemplo, se denominaba trampolin de las drogas a lo que Diaz Ordaz respondió: “Si México es el trampolin, Estados Unidos es la alberca”
La ilegalidad no existe persé en la región como se ha querido apuntar por años.
Si el Estado ha fallado e incluso,como lo pauntas, es parte de la organización de la empresa criminal ¿como entonces debe entenderse la lucha en contra de estos grupos?
Otro asunto que me parece muy interesante es que, si bien en América Latina existe la romantización del Narco, no es nuevo que se ensalce en las industrias culturales la figura del delincuente propiamente Robin hood y ptros personajes como Arcene Lupin, Alí Baba entre otras figuras en el mundo cumplen con esta característica. ¿a qué crees que se debe?.
Es un interesante tema para internaciochat por si gustas apuntarte.